La verdad es que en un mundo de contradicciones son pocas las cosas que emocionan o motivan a perseguir aquello que más se anhela. Una de ellas, definitivamente es la ópera prima de Marcel Rasquin, la película venezolana Hermano. Esta historia, ganadora del San Jorge de Oro en el Festival de Cince de Moscú 2010, envuelta en la realidad social que atraviesa Venezuela reta al espectador a tambalearse de una emoción a otra. Las actuaciones, aunque "desconocidas", impecables, estupendas. El trabajo de cámara no podía ser mejor; juega con el movimiento del balón de fútbol y sumerge a la audiencia en movimientos rápidos y violentos que lo transportan a la acción del film.
La historia deja claro el mensaje. El final, contundente, suspensivo, grandioso, conmovedor le saca lágrimas a más de uno o sino, pone a su garganta en un conflictivo enrredo. Todo en la película estuvo perfectamente cuidado; no para hacernos volver al género dramático de los films venezolanos de las décadas de los 80 y 90 donde se mostraba una cruda realidad social, sino para hacernos darnos cuenta que dentro de lo malo hay una ventana hacia lo bueno, y una gran esperanza para aquellos que creen que todo es posible.
Las ganas y el cariño que le puso el equipo de producción al film se pueden saborear desde la primera escena. Hermano es un proyecto que aspira moverle el corazón al mundo. La certeza de que eso pasará ya la tienen en las impresiones del público venezolano: una audiencia difícil, ingenua y sin interés alguno por el séptimo arte nacional.
Esta vez la historia es diferente, esta vez Hermano puso el final, puso el orgullo y puso el amor, y de allí...¡Venezuela para el mundo!
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